viernes, 6 de febrero de 2009

Magdalena


Inhalando el olor impregnado en su suéter se queda Magdalena. La dulzura conocida del amor en las ventanas de su nariz le recuerdan lo que pareció una eternidad en su pecho, que tan sólo la constituyeron 8 horas. Magdalena procura encontrar en la oscuridad de la incertidumbre algo que le brinde consuelo a su llanto despavorido. No siente nada frente a ella, no discierne entre las figuras que la densa noche le muestra. Pone un pie frente al otro confiada en que no hay más remedio para su angustia que el dejar atrás al precursor de su plañido. El mismo que fabricó la barca entre sus mejillas, el que dirigió la orquesta de su hilaridad, el que engendró las maldiciones escupidas como fuego. Por hoy tendrá que hacerle honor a su mote y ceñirse entre el mar de mares que ahoga sus ojos.

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