miércoles, 21 de enero de 2009

La Mecedora


La mecedora yace hoy como objeto inanimado. Sus balancines ya no acunan el resplandor de un pasado lejano. Los fonemas emitidos han quedado silenciados por el estrépito veredicto que el doctor ha pronunciado. Ha perdido su jinete, su amiga y compañera. Da la espalda al ventanal, quisiera morir con ella. Aquel árbol de mango testigo de su atisbo quisiera trasplantarse e irse de ese sitio.

La mecedora recluida y sola ahora sufre de frío. El cuerpo que abrazaba se encuentra igual de inmóvil, igual de gélido. Se oyen voces a distancia, llantos, gracias y quejidos, pero no hay quien tome la palabra y ofrezca pésame al bártulo afligido.

De puntillas se ha escapado pues pretende encontrarse con el mismo destino. Ha hecho un hueco, se ha enterrado pero persiste aquel vacío. No hay quien llene el espacio entre sus brazos, no hay quien entienda su horror ante el olvido.

La mecedora hace recuentos de momentos alejados. Se ha reído tres veces y ha llorado cuatro. Se ha acordado del amor, se ha acordado del rechazo, de la vigilia en fiestas juveniles y del temor a eventos prolongados.

La mecedora yace hoy como objeto inanimado. Sus balancines ya no acunan el amor encontrado. Ha quebrado sus paletas que ahora incrustan el encerado. Protestando está ahora quieta como el ángel a su lado.

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